“Un niño, un profesor, un lápiz y
un libro pueden cambiar el mundo” Malala Yausafzui
Tenía preparada una chorrada
intrascendente, en la línea de este blog, sobre temas varios. Pero he amanecido
hoy con la noticia de los atentados en París y no me apetece hablar de
frivolidades.
Tampoco voy a dar mi visión
socio-política del asunto. Básicamente porque no la tengo clara. Pero sí que
necesito escribir algo sobre la eterna lucha entre civilización y barbarie.
“Veo humanos, pero no consigo ver
la humanidad”.
Hace poco leí una noticia de esas
que ocupan las páginas centrales de los periódicos, las que ya nadie lee.
Resultaba que en Francia iban cerrando las librerías de viejo y las no tan de
viejo. Signo de los tiempos en los que ya nadie lee o, si lo hace, se lo
descarga en soporte digital. Ante esta situación el Gobierno estaba preparado o
había preparado o algo así un plan de ayudas para que no desaparecieran. Con
buen criterio, el gobierno Galo consideraba esa red de librerías parte de su
patrimonio cultural y artístico, así como lugares de fomento de la cultura.
Paseo ahora por Barcelona. Los
más viejos del lugar ya saben que soy uno de esos zapastrosos que van por las
librerías de viejo y mercadillos varios en busca de tesoros incunables. En los
últimos años han cerrado un montón y las que sobreviven lo hacen a duras penas.
Ni el Gobierno de España ni el Gobierno de la futurible República Independiente
Catalana han hecho un comino por estas librerías o puestos de mercadillo. Ni lo
van a hacer.
El ejemplo me viene al pelo para
expresar mi admiración por un país como Francia. Mientras aquí defendíamos a
garrotazos a un inútil déspota como Fernando VII, sin duda el peor Rey de la
Historia de España (y el listón está muy alto), allí ya hacía tiempo que habían
guillotinado a unos cuantos sinvergüenzas y creado una verdadera República,
basada en la igualdad, la libertad y la fraternidad. Por cierto; no me resisto
a contar la anécdota de que Napoleón nunca supo la verdadera estatura de
Fernando VII, pues entraba siempre a su despacho de rodillas.
En fin; que mientras allí
cualquier tebeo mediano alcanza los 70.000 ejemplares de tirada, aquí nos damos
un canto en los dientes con 700, y eso si la obra es comercial. Que mientras
ellos eran la edad de las luces y la ilustración, aquí sacábamos los Santos
para que lloviera y aún lo seguimos haciendo. Que mientras ellos son la cuidad
del amor porque las parisinas fueron las primeras en sentirse libres para hacer
con su cuerpo lo que quisieran, aquí en los 70 todavía estábamos que la
española cuando besa es que besa de verdad. Que mientras allí cuando dicen de
recortar en educación se lía la mundial, aquí sólo se lía si baja el equipo de
fútbol a segunda y Mariano nano podría repetir como presidente. Podría sumar y
seguir, pero creo que cualquiera se hace una idea de lo que quiero decir.
Sí, ya sé que no todo es perfecto
y tal, que también tienen sus sombras. Pero me refiero al trasfondo general;
Francia es, en términos generales, un país avanzado y culto.
“Matar un hombre para defender
una idea no es defender una idea, es sólo matar un hombre”
Llorar por la muerte de 120
personas (en el momento que escribo esto no se sabe la cifra exacta)
occidentales, “blancas”, etc…puede parecer hipócrita cuando a lo largo y ancho
del mundo este tipo de atentados están a la orden del día y nos importan una
mierda. En el fondo, como han dicho por ahí “A ver si nos enteramos de una puta
vez de lo que huyen los refugiados”. Es cierto, no deja de ser una actitud
hipócrita. O acomodiática, más bien. Lo que nos interesa es lo que pasa al lado
porque nos afecta.
Pero, como he dicho, no voy a
hacer un análisis político- social. Ni estoy capacitado ni daría abasto. No sé
si todo esto empezó con el trío de las Azores, si es una doctrina del shock
para que sintamos miedo, si la humanidad no hemos avanzado nada en verdad
aunque tengamos el iphone6 que mola mazo o cualesquiera otra consideración.
Pero quiero expresar lo que me
repugna;
Me repugna la barbarie contra la
civilización. Que unas mentes cerradas maten en nombre de no se sabe qué en la
cuna de las libertades. Me repugna que estos fanáticos defiendan la discriminación
de la mujer, la negación de las libertades, el desdén de la razón y la paz. Me
repugna ese fanatismo que castiga a las mujeres, a los homosexuales, a los
libre pensadores, a los laicos. Me repugna también la foto de las Azores, o que
el equipo de mi cuidad luzca orgulloso la marca Quatar. Me repugna los que
aprovecharán esto para decir que hay que echar a todos los moros, aunque muchos
de ellos huyan precisamente de esto, sin diferenciar musulmán de yhijadista o
fanático. Me repugna vivir con miedo, y no lo pienso hacer. Ni a unos ni a
otros.
Los ataques de París, igual que
los ataques a la redacción de Charlie Hebo anteriores, los veo como el ataque
de la barbarie a la civilización. En realidad, todo acto terrorista, sea del
signo que sea, lo es. Pero me resulta especialmente doloroso por lo simbólico
en estas ocasiones.
A mí me tendrán siempre enfrente
y sin miedo, aunque sólo sea haciendo escritos como éste.
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